Mejorar la economía, mejorar la educación
“La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, dijo
Nelson Mandela alguna vez. Y, así, en una frase, sintetizaba la inmensa importancia de
aquella que podemos definir como la base de todo ciudadano y de todo pueblo. Base
que, desde hace tiempo, estamos descuidando terriblemente como país.
Informes publicados en el 2019, provenientes del Centro de Estudios de la Educación
Argentina de la Universidad de Belgrano, ya revelaban datos preocupantes: solo el 20%
de los argentinos lograban graduarse en la universidad. Y esto en un contexto mundial
que, actualmente, exige más que un título de grado para una formación adecuada.
Pasaron ya tres años desde entonces y, activando una nueva alarma, el Observatorio
Argentino por la Educación nos presenta cifras vinculadas, específicamente, con el nivel
socio-económico de los estudiantes. Se nos notifica que , ahora, apenas el 12,4% de los
jóvenes de bajos ingresos van a la facultad en Argentina, en contraposición a un 46% de
quienes conforman el decil más alto.
Esto deja en evidencia la fundamental relación del factor económico con la educación.
Pues aunque, por fortuna, podamos contar con universidades públicas en el país; ello no
quita que existan gastos, por ejemplo, en material bibliográfico o transporte. Pero, fuera
de estos particulares que generalmente logran costearse, no debemos olvidar que la mala
situación de la economía, afecta de muchas otras maneras individuales a los alumnos.
Hablamos de jóvenes que, en numerosos casos, se ven obligados a abandonar sus
estudios para entrar de lleno en la vida adulta y asumir el rol de trabajadores, ya sea
dentro o fuera de su hogar. Por así decirlo, entran en un proceso en que dejan de ser
jóvenes y dejan de ser estudiantes; muchas veces, para ya no volver a serlo jamás.
Esto nos conduce a remarcar, una vez más, la innegable necesidad de reconstruir nuestra
economía. Impulsar su mejora poco a poco, y sacar adelante un país que, mientras tanto,
se encontrará estancado ante la creciente escasez de nuevos profesionales; así como la
acumulación de jóvenes - adultos intentando, simplemente, sobrevivir a la situación.
Debemos, de una vez por todas, dejar de lado las diferencias políticas y establecer puntos
concretos que constituyan un plan para acabar con el déficit nacional; contribuyendo tanto
autoridades como ciudadanos, con la mayor consciencia de la responsabilidad en nuestras
manos.
Pero, mientras tanto, en ese extenso procedimiento; desde el gobierno y las universidades,
ofrezcamos alternativas que ayuden a evitar la deserción educativa. Por ejemplo, con
programas que ofrezcan a los universitarios pequeños empleos de medio tiempo,
relacionados con sus carreras. De modo que no solo se les posibilite, sino hasta se les
incentive a continuar sus estudios.
En definitiva: actuemos. Nos pongamos manos a la obra y, entre todos, solucionemos esto,
que se encuentra lejos de ser un problema menor. Nos comprometamos y demos prioridad
a esa arma impulsora de cambios que tanta falta nos hacen.

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