Sobre la universidad y otros cambios…
Por Ángeles Anael Olguín, Agustina Barbaglia y Valentina Velardez
Corría el tercer mes del año 2022. Sobre los escalones de entrada del edificio, situadas ante el inmenso cielo y un cartel - igualmente inmenso - que rezaba “Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino”, tres jóvenes de dieciocho años se encontraban a escasos pasos de ingresar en su primera experiencia universitaria.
Frente a un punto de inflexión como lo es este comienzo de una nueva etapa, se pueden producir experiencias muy diferentes… positivas, negativas o intermedias, pero todas igualmente reales e irrepetibles.
Desde ingenierías hasta multimedia o deportes… hombres y mujeres, jóvenes y adultos… La UNSTA se encuentra repleta de carreras y personas cursándolas… pero en la reciente promoción de Comunicación Social existen historias con versiones marcadamente distintas sobre la vivencia facultativa.
Un baldazo de agua helada
El año 2021 estaba llegando a su final y ello, en la vida de Agustina Barbaglia, implicaba diversas cosas. Entre estas, terminar la secundaria, es decir, terminar la etapa que la formó para comenzar una nueva vida: la vida universitaria. Pero, ¿cómo se comienza cuando no se sabe por dónde comenzar?
En la búsqueda de la carrera de sus sueños, en las primeras semanas de diciembre, inició orientación vocacional, decidida a darle una solución al asunto. Con cada sesión, la respuesta parecía hacerse cada vez más clara: Comunicación Social. Sin embargo, tampoco sentía la dichosa "vocación" que anhelaba. Sentía que algo estaba mal en ella por no encontrar algo que la apasionara. De todas formas, su decisión quedó en Comunicación Social.
Ahora bien, ¿a qué universidad ir?. La Universidad Nacional no parecía ser la opción más fiable con respecto a la organización. Por otro lado, la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino ofrecía la certeza de contar con clases siempre, pero gracias a que era paga. Sin embargo, una solución apareció en medio de la confusión: la UNSTA le ofrecía la posibilidad de trabajar allí y así pagar sus estudios. Decidió a la última como la mejor opción.
En febrero del 2022 comenzó la vida universitaria de la joven, o más bien su primera experiencia laboral. Todo parecía demasiado grande, ella se veía pequeña ante las tareas que debía realizar. Se sentía fuera de lugar, con responsabilidades que no sabía cómo asumir y cumplir.
Recién en marzo, ansias, nervios, miedo y muchas expectativas acompañaron a Agustina en su primer día de clase. Descubrió que su promoción era muy reducida, sin superar los diez alumnos. En un primer momento, eso la intimidó. Pero, a medida que los días pasaban, notó que se estaba integrando muy bien con sus compañeros… o compañeras, ya que había tan solo un hombre, lo cual le impresionó.
No obstante, las semanas avanzaban, y el trabajo y los estudios se intensificaban. Agustina comenzó a sentirse asfixiada, insuficiente y temerosa del futuro. Cada día llegaba exhausta a casa. Y, por encima de todo, la carrera no le convencía. Las expectativas que tenía sobre esta y sobre sí misma, parecían marchitarse en desilusión. Las materias fueron su primer gran golpe de decepción: no todas estaban mal, pero había algunas que simplemente detestaba.
Regresaba a finales del 2021, cuando sentía que no estaba destinada a nada. Ella no estaba disfrutando de su primer año y muchas dudas la asaltaban. ¿No le gustaba porque era pesado estudiar y trabajar?, ¿el problema era solo el primer año?, ¿debía esperar un poco más? De pronto, sintió como si un baldazo de agua helada hubiese empapado sus ilusiones.
A mediados de mayo, Agustina continúa sin saber exactamente cómo seguir y con muchos sentimientos encontrados… pues, a pesar de todo, ha formado un grupo de amigas que le hacen sentir sus problemas un poco más livianos.
Un atisbo de esperanza
Con una gran disyuntiva entre Diseño de Modas y Comunicación, la cual escondía tras ego y bromas; Valentina Velardez llegó una semana tarde y sin el cursillo hecho a la facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, ubicada en la calle 9 de Julio 165, tan imponente como siempre. Perdida y con un grado elevado de ansiedad, corrió por todo el edificio hasta encontrar el estudio de televisión, donde tendría su primera clase. Una vez en casa, recordando algunas compañeras con las que pudo conversar y con lágrimas en los ojos, decidió seguir en la carrera.
La primera semana pasó y en ella se aferró a la persona más social que conoció, para así poder contagiarse de su extroversión. Siendo menos de quince personas en su carrera, incluyendo recursantes, fue una tarea menos ardua para su salud mental; tareas especializadas, algunas materias exigentes y ataques de ansiedad controlables pasaban junto con las asistencias.
Pero el momento casi decisivo llegó para ser enfrentado. Con un libro entendido casi a dos tercios, un outfit muy planeado y solo comprendiendo la explicación de clases de Historia de las Comunicaciones, entró a rendir el primer parcial de la misma. Si tan solo hubiese sido otra persona, con una inteligencia mejor, podría haber hecho un examen de cuadro - digno de enmarcar - , pero rechazando entender el primer capítulo de la bibliografía, el aprobado básico sería considerado un milagro.
Pese a ese detalle no menor, pequeñas cosas de cada materia lograron darle un atisbo de esperanza de, tal vez, haber encontrado algo que podría convertirse en una verdadera pasión y no un simple hobby. Con más confianza en los últimos trabajos frente a cámara, mayor interés en la historia de la comunicación humana y encontrando ideas similares con algunos profesores; Valentina comenzó a sentir cierto avance en su interior.
Un salto de fe
Para Anael Olguín, Comunicación Social no era más que la carrera finalmente elegida de entre tantas otras. No se trataba de un sueño de la infancia ni un objetivo surgido en los últimos años. Sí significaba, quizás, un inesperado descubrimiento de una opción que parecía bastante afín a sus intereses: una particular combinación que incluía escritura, fotografía, locución y contacto social.
La UNSTA, igualmente, había sido el sitio seleccionado - tras extensas cavilaciones - para continuar su formación educativa. Después de todo, la Universidad Nacional de Tucumán fue un rival, aunque descartado pues, entre otros motivos, parecía no tener eso que Anael había hallado en su amado colegio y esperaba reencontrar.
Ese primer día, en definitiva, no era otra cosa que una especie de salto de fe hacia un mundo previamente analizado, pero que no dejaba de ser desconocido e inquietante. Ese fascinante, único y, entonces, misterioso mundo de la vida universitaria… del que, por años, habían huido sus pensamientos.
Sin esperarlo ni notarlo en un principio, desde aquel comienzo colmado de nervios y emoción, la joven experimentó una sensación que solo se incrementó con el pasar de los días: una suerte de extrañísimo sentimiento en que todo le resultaba nunca antes vivido, pero familiar a la vez. Una potente luz, capaz de imponerse ante los sombríos temores y dudas.
Ella lo percibía a cada instante. Lo hallaba en las aulas, donde sus profesores - verdaderas eminencias de experiencia y conocimiento ante sus ojos - le enseñaban mucho de lo que siempre había querido aprender, sin saber que realmente era posible. Pues, hasta entonces, consideraba tan solo una idea lejana de sus momentos imaginativos el estudiar los usos de los signos de puntuación, la composición de una imagen o los detalles a tener en cuenta al hablar ante la audiencia.
Ese efecto también se hacía presente cuando, recorriendo los pasillos, dialogaba con sus compañeros y entablaban curiosas charlas, que podían relacionarse mucho o poco con lo académico. Se trataba de un grupo de personas de género y edades diferentes a los suyos, algo destacable para quien solo había tenido compañeras (desde luego, nacidas en fechas próximas) en el colegio. A Anael no le costó demasiado encontrar un sitio cómodo entre aquellos a quienes, pronto, vería como amigos: amistades que compartían sus gustos.
Y, sin dudas, el sentimiento se apoderaba de ella en esos momentos en que leía cientos de hojas de diversos contenidos curriculares, o se encontraba redactando una nota periodística, e incluso cuando le informaba al espejo - fiel testigo de prácticas - el pronóstico climático y los principales titulares del día.
Esa indescriptible y ferviente pasión en el pecho, aquel cálido e incesable palpitar, le susurraba a gritos eso que tanto anhelaba llegar a decir y tanto le aterraba jamás sentir: había tomado una buena decisión, estaba en el lugar correcto. Entonces, pasados ya unos meses, Anael comprendía que allí; entre la cámara, el micrófono y la pluma; comenzaba a formarse como ello que siempre había querido y jamás había sabido denominar. De ahora en más, sabía que quería ser una comunicadora social. Aunque, desde luego, aún le queda mucho por recorrer.
Lo siguiente por vivir
El paso a la universidad tiene gran repercusión en las personas, desde el momento de decidir asistir a ella hasta la llegada de los exámenes, pasando por muchas otras cuestiones. Como vimos en las anteriores anécdotas, a partir de ese mismo gran hecho se generan visiones varias, condicionadas por contextos y sentimientos particulares: desde euforia y alegría hasta decepción y miedo.
Y así es como, a la fecha - mayo del 2022 -, las vidas de estas tres jóvenes adultas, siendo tan alejadas pero convergentes a la vez, continúan desarrollándose en el escenario de nuestra institución.
Anael, Valentina y Agustina; con su salto de fe, su atisbo de esperanza y su baldazo de agua helada; les queda muchísimo por decidir, soñar, aprender, experimentar, y, en definitiva, vivir.

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