Crónica: Adicción al Sexo
Una tarde de verano azotaba
a la ciudad de San Miguel de Tucumán. Era un día tranquilo, sin mucho
movimiento. Parecía prácticamente un feriado. Era su turno. El sonido del reloj
marcaba las seis y quince minutos cuando llegó el momento. Sus manos
transpiraban a más no poder, y su corazón latía más rápido que nunca.
Se encontraba en una
reunión. No era una cualquiera sino una especial, una reunión de ayuda.
“Adictos Anónimos” decía el cartel en la entrada. Una fraternidad destinada a
poder hablar con total libertad acerca de los diferentes problemas. Problemas
que te destrozan, dañan, que pueden acabar literalmente con tu vida en cuestión
de días. Problemas que deben tratarse con mucha cautela, cuidado, y respeto, ya
que involucran tanto física como mentalmente a las personas. Estamos hablando
propiamente de adicciones
Había escuchado a algunos de sus compañeros hablar. Adicción
al alcohol, al juego, a la droga, adicción a la cocaína, a pastillas. Pero en ningún
momento se habló de ese tema. Parece ser que nunca nadie había oído hablar de
él. Y eso lo hizo sentir diferente. Era prácticamente inexistente para algunos
hasta ese momento. Decidió pararse y alzar su voz. “Me llamo Mateo, tengo
treinta y seis años, y soy adicto al sexo”. No lo pensó mucho, o tal vez eso es
lo que podemos creer. Lo soltó y ya. La gente quedó atónita. Algunos con cara
de confusión, otros rieron en el fondo, y un fuerte momento de tensión y
desconcierto se hizo presente en la sala.
“Cargo con este problema
desde hace más de dos años, y realmente no sé qué hacer”. En los primeros
minutos no voló ni una mosca. Se cruzaron miradas. Se notó un ambiente extraño
y nadie dijo ni una sola palabra. De repente una mujer se levantó. Pidió la palabra
y dijo “Hola Mateo, soy Laura. Sinceramente nunca escuché a nadie hablar acerca
de este tema. No quiero que pienses mal de mi. La realidad es que soy una
completa ignorante en la materia. Pero quiero que sepas que somos todo oídos y
que estamos todos acá reunidos para ayudarnos. Para hablar con total libertad,
desahogarnos y tratar de salir adelante”. A Mateo se le soltó una lágrima.
Nunca nadie lo había escuchado, pues era la primera vez que se atrevía a
contarlo en público. Todos aplaudieron y empezaron a presentarse frente a su
nuevo compañero. Mateo siguió hablando sobre el problema que estaba haciendo
estragos en su vida.
“Me levanto casi todos los días pensando en sexo. Me duermo
pensando en sexo. Prácticamente mi vida depende de él. Perdí gran parte de mi
vida por eso. Mi familia es conservadora, super cerrada y tradicional, por lo
que al contarles mi problema no hubo más que destrato hacia mi. Soy una
vergüenza para mi padre, una basura para mi madre y prácticamente para mis
hermanos no existo. Empezaron a decirme cosas horribles, a insultarme y a
ignorarme. Mi propia familia se convirtió en mi enemigo. Me convertí en la
oveja negra.
No me interesaba sinceramente lo que pensaban y seguí
haciendo lo que quería. Me iba a tener relaciones con la primera persona que
veía, y en la mañana ni siquiera sabía su nombre. No sabía dónde amanecía, si
era cerca de casa o no, si solo había estado con esa persona o con más. Me
levantaba, iba al baño y me miraba al espejo. Solo podía darme asco lo que
veía. Asco de estar engañando a la mujer a la que amo. Vergüenza por no
haberles dado las buenas noches a mis hijos, y no aparecer en el trabajo. Asco
de vivir básicamente. Hay días en los que no quiero levantarme de la cama, no
quiero saber nada de nadie, solo espero volver a dormir y no despertar nunca.
Solo quiero terminar con esta pesadilla. Me siento débil, me doy rechazo a mí
mismo y no lo puedo controlar.
Lo hago noche tras noche, e incluso tarde libre que tengo.
Instante que pueda. En el momento no me siento mal, al contrario, me siento
eufórico, feliz. Pero en los días siguientes me da pánico salir de mi casa.
Siento frío, mi mente se nubla, me tiemblan las piernas, e incluso llego a
desmayarme antes de llegar a la puerta. Siento que muero y que nadie vendrá a
rescatarme.
Una situación muy límite fue la que me hizo recapacitar y
logró que me haya animado a venir aquí a hablar frente a ustedes. Me movilizó
completamente, al punto de querer acabar con mi vida.
No estoy orgulloso por lo que voy a contar. Entiendo que
muchos de ustedes me verán como alguien despreciable, yo lo entiendo, y me
siento así. Necesito hacerlo para que ustedes comprendan mi situación, y en lo
posible puedan ayudarme. Hace unos meses mi adicción me llevó a hacer algo
totalmente descabellado. Creo que fue el peor error que tuve en mi vida. Una
noche vino una mujer con la que solía frecuentar a casa porque mi esposa e
hijos habían ido a ver al cine una película, y con tal de saciar mi deseo, la
llamé. Al llegar empezamos a tener sexo en la cocina de mi casa, sin llegar a
trabar siquiera la puerta. No voy a mentir, en ese momento no me importó nada,
y deje que todo fluyera, como era de costumbre. De repente escuché voces afuera
de la casa. Todo pasó tan rápido que ni siquiera llegamos a vestirnos, cuando
en un momento se abrió la puerta principal. Mi esposa e hijos entraron,
viéndome en esa situación tan nefasta. Mis hijos entraron en llanto y corrieron
hacia su madre. Mi esposa se quedó en shock por unos segundos. Yo creo que no
pudieron asimilar lo que estaba pasando. Mi esposa subió rápido a nuestra
habitación, buscó una valija, empacó un par de cosas y les ordenó a mis hijos
que subieran al auto. Intenté detenerlos, pero no hubo resultado. Desde ese
momento que no sé nada de ellos. No sé dónde están mis hijos. Ninguno de los
tres atiende el teléfono, y nadie de la familia me da una respuesta. No sé
realmente qué hacer con mi vida. Mi vida no es nada sin ellos. Prefiero morir
antes que perderlos”.
Todos en el salón escuchaban atentamente a Mateo. Se
sintieron conmovidos por su relato y empezaron a hablar entre ellos. Sus
compañeros empezaron a acercarse y a hablarle. Uno por uno tuvo una breve
charla con él. Escuchó a cada uno de sus compañeros y poco a poco fue
sintiéndose mejor. Se sintió libre, más relajado y sobre todo, contenido. Se
sintió básicamente alguien. Le mostraron todo su apoyo e incondicionalidad.
Mateo tuvo su momento de paz y meditación.
El reloj pitó las ocho en punto. La reunión había llegado a
su fin. No había más tiempo para hablar. Era momento de seguir con su vida,
pase lo que pase. Tendría que dar su máximo esfuerzo y no decaer. Una nueva
etapa había comenzado para Mateo. Un largo proceso de introspección y calma en
cierta parte había comenzado dentro suyo. Mateo sentía que su vida tenía que
continuar, y que tenía que vivir, no sobrevivir. Sabía que no iba a ser fácil.
Era una montaña rusa de emociones. Por momentos iba a estar muy feliz y por
momentos muy triste. Pero eso no iba a impedir que su vida continúe. Estaba
dispuesto a afrontar lo que venga, y realmente a iniciar un cambio con su vida.
Pidió turno con médicos, terapeutas. Empezó a vincularse más con sus compañeros
fuera del ámbito de autoayuda. Ellos comenzaron a formar parte de su vida. Hizo
muchos amigos. Se atrevió a escribirle a sus padres y a sus hermanos con el
miedo de obtener un no como respuesta, como siempre había sido. Afortunadamente
respondieron, y se hicieron presentes en su vida. Todo fue cambiando. Poco a
poco su vida dio un giro importante, y hasta la fecha Mateo sigue en la lucha
contra su adicción, con la ilusión de algún día recuperar a su familia.
Comentarios
Publicar un comentario