Ser uno mismo en un mundo que constantemente trata de que no lo seas, es el mayor de los logros. - Ralph Waldo Emerson
Adolescencia; etapa en la que la vida parece oscilar entre el misterio y la certeza, el constante deseo de pertenecer, y a la vez, la urgencia de ser distintos y auténticos (aunque no tengamos ni idea de lo que esto significa). Es un tiempo de preguntas profundas y cambios decisivos, donde las fronteras de la identidad se expanden y redibujan constantemente. Una época de dudas, incertidumbre, un momento que todos estamos condenados a vivir, o bendecidos de transitar. En medio de este torbellino de emociones y desconcierto juvenil, emerge también cierto interés por explorar de la sexualidad, ¿me gustan las chicas, los chicos o quizás… les chiques?, lo que suscita a: ¿soy hetero, homo, bi?, ¿bajo qué me identifico?
La Asociación Americana de Psicología (APA, 2008) define la orientación sexual como un patrón duradero de atracción emocional, romántica, sexual o afectiva hacia otras personas, que constituye una dimensión fundamental de la identidad de cada individuo. Su manifestación suele darse entre la infancia media y la adolescencia temprana, periodos en los que se comienzan a identificar afinidades y preferencias sin la necesidad de experiencia sexual previa. Esto nos lleva a centrar la atención en una cuestión crucial: la orientación sexual no es una elección consciente o algo que se pueda modificar con la voluntad. No es que un día nos levantamos y decidimos: "A partir de ahora me gusta… tal sexo”, ¿o no?
En estos últimos años hemos sido testigos de un proceso de “modernización” de la sociedad en la que vivimos; una transición desde una comunidad estancada con normas estrictas y rígidas a una que se define bajo los valores de inclusión, pluralidad y libertad de expresión. Pareciera que lo incuestionable se volvió cuestionable, lo que alguna vez se dio por sentado ahora se pone a prueba: ¿quién inventó estas reglas de cómo vivir, a quién amar y qué rechazar? ¿Dónde está escrito lo que debemos sentir?
Desde el comienzo de los tiempos la humanidad se ha regido por reglas de conducta y convivencia; reglas orientadas a la acción, a la relación y al buen funcionamiento de la sociedad, pero ¿quién nos orienta sobre las reglas interiores? ¿Quién nos confirma que lo que nuestro corazón nos dicta es verdadero o correcto? Podríamos encontrar la respuesta en la moral, la ética, la religión… pero este interrogante es más profundo que lo racional. Podríamos hablar, en términos tangibles, de un vacío legal en cuanto a percepción se refiere, lo cual genera un terreno fértil para la promoción de actitudes como la rebeldía, el radicalismo, la provocación. El deseo de liberarse de las limitaciones impuestas por el pasado se convierte en una forma de autoafirmación.
Frente a este escenario, emerge la bisexualidad, definida como la atracción tanto hacia hombres como mujeres, pero entendida más allá de una simple orientación sexual: es una actitud frente a la vida, una innovadora cosmovisión. Cada vez más jóvenes adolescentes se “afilian” a esta identidad. Ahora bien, ¿es esta elección una manifestación genuina de nuestro deseo auténtico, una expresión profunda de lo que realmente somos?
No es que la bisexualidad sea una identidad falsa, ni que los bisexuales “reales” no existan; sin embargo, algunos adolescentes pueden estar adoptando esta identidad sin necesariamente reflejarse en ella, como una forma de escapar de aquellos esquemas sociales impuestos. Para muchos, identificarse como bisexuales puede ser tanto una expresión de descontento hacia las normas tradicionales como una estrategia para lograr adaptarse a una sociedad que valora la apertura. Vivimos en una época donde pensar “sin límites” se considera “cool”, y esta libertad sin restricciones parece fomentar actitudes en las que explorar la bisexualidad o declararse como tal encaja perfectamente.
Según el Journal of Youth and Adolescence (2001), los jóvenes tienden a definir su identidad según lo que creen que es aceptado o valorado en su entorno. Hoy en día, en la era de las redes sociales, la cultura popular está a solo un click de distancia, y es a través de estos medios que la sociedad “modernizada” manifiesta y expresa sus, ya mencionados, valores y expectativas. Es crucial entender que esta constante exposición a lo considerado “acertado” influye de manera intensa y casi inmediata en lo que los adolescentes perciben que deberían ser, la conformación de sus naturalezas genuinas.
Sin lugar a dudas la agenda mediática ha brindado un espacio de enorme y masiva visibilidad para todo tema relacionado a la diversidad sexual; hace apenas 15 años todo lo que no fuera homosexualidad era tratado a la brevedad, “con pinzas”. En contraste, hoy casi no hay película o serie que no tenga un personaje perteneciente a la comunidad LGTB+, así como otras figuras relacionadas con las muchas luchas que nuestra sociedad enfrenta en la cotidianeidad.
Ante tanta visibilidad surgen interrogantes fundamentales; centrándonos en los adolescentes: ¿acaso la constante exhibición a estereotipos sobreexpone la bisexualidad convirtiéndola en una tendencia más que en una vivencia? Ahora bien, haciendo hincapié en los medios de comunicación: ¿cuán genuina es la representación? ¿De verdad se busca que un sector antes reprimido pueda verse retratado en la pantalla, o solo se pretende cumplir con una imposición social carente de verdadero y fiel apoyo a la causa? La realidad supera a la ficción, y el caso de la bisexualidad y los jóvenes no queda exento.
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